25 de septiembre de 2006

Habia un hombre que partia, viajaba, y cuando regresaba, antes que el, llegaba una joya, en una caja de terciopelo. La mujer que lo esperaba habria la caja, veia la joya, y entonces sabia que iba a regresar. La gente creia que era un regalo por cada fuga. Pero el secreto era que la joya era siempre la misma. Cambiaban las cajas pero la joya no. Partia con el hombre, permanecia con el, alla donde viajara, pasaba de maleta en maleta, de ciudad en ciudad, y despues volvia atrás. Venia de las manos de la mujer y a ellas regresaba, exactamente como el reloj regresa a las manos del Almirante. La gente creia que era un regalo, un valioso regalo por cada fuga. En cambio, era lo que custodiaba el hilo de su amor en el laberinto de mundos por el que el hombre corria, como una grieta a lo largo de un vaso. Era el reloj que contaba los minutos del tiempo anomalo, y unico que era el tiempo de su amarse. Volvia atrás antes que el para que ella supiera que dentro de aquel que estaba a punto de llegar no se habia roto el hilo de aquel tiempo. Asi el hombre llegaba, al final, y no habia necesidad de decir nada, de preguntar nada, ni de saber. El instante en el que se veian era, para los dos, una vez mas, el mismo instante.